martes, 18 de diciembre de 2018

Pilar Riveros Fuentealba

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Tùnel secreto

De pronto papá vuela hasta mí por un túnel lleno de luces, causando un revuelo de pájaros con los ojos llenitos de espejos rotos. Sus filos no me hieren, sino que, como minúsculos espejitos multiplican los pájaros y la figura de papá. Eso me alegra. Me alegra tenerlo repetido en esta soledad tan intensa. Me alegra el canto de los pájaros en el silencio adosado a mis huesos.
 Alucino con la idea de que ahora habita en un lugar donde las cosas son como un mar reverberando, y los moradores, ajenos a esta planitud nuestra, seres estrambóticos que cantan las canciones de Elvis Presley meneando eróticamente las caderas sin miedo al ridículo o hacen reconversión en ritmo de tango al estilo Gardel, su favorito. 
 Cuando lo veo venir, pienso que quizás ahora estuviera capacitado para comprender todos sus errores, quizás ahora pudiera pedir perdón. Quizás ahora viniera transformado en el superhéroe que nos salve de la carga que significa su recuerdo. Siento pequeñez en mi corazón por la absoluta incapacidad de visualizarlo como un ser perfecto como todo el mundo normal, que potencia positivamente a sus amores idos aún sus carencias. 
 De alguna forma, mi espíritu está en la compleja caverna del Minotauro. Quisiera ser Teseo para llegar a él y matar los rencores, pero no está Ariadna que me facilite el hilo que marque el camino de regreso a mi yo. Sola, temo no ser capaz de desandar los pasos y conducirlos al remanso. 
 Cuando supimos que no había regreso en su enfermedad, tratamos de aligerar su carga convirtiéndonos en un carrusel lleno de juegos que subían y bajaban con el embuste de que mejoraría y su alma de avestruz no hiciera arribo. La verdad para él hubiera sido sentencia de muerte, inmediata y sin defensa. La táctica dio resultado, o simplemente se dejó llevar por el conveniente juego de la ignorancia ante una realidad cruda e inevitable. Se fue apagando ante nosotros como el sol que vimos irse sentados en la playa, la tarde de un enero remoto.
 La casa se convirtió en una barcaza en la que continuamente subían y bajaban pasajeros, con ideas y consejos que no pedíamos. Con un manual de experiencias personales que agobiaban aún más nuestra impotencia ante el dolor de su cáncer prostático. La sabiduría de quienes vienen de afuera, no existe en estos casos. Clichés como, “tengan paciencia”, a dos personas que lo cuidaban y amanecían noche tras noche con un ser dolorido y aterrado en esas horas. Paciencia. Sobre todo mamá, que pasaba las noches en vela. Como si la paciencia, no hubiera sido la actitud y virtud puesta en ejercicio. Sentía a esos pasajeros como gatos matando lunas sobre nuestras cabezas con notas de serruchos destemplados. Había que ejercer la paciencia, también con ellos. 
 Mamá y yo, vimos ese túnel lleno de luz por donde ahora lo veo venir, oscuro y monstruosamente succionador tras el diagnóstico y la presunción de vida. Un año, más menos, sentenció el especialista. Fue el año menos 15 días. Me preguntaba, cómo un mortal, podía estar al tanto de los designios de Dios. 
 Y aquí estoy, a pesar de todo, recordando su figura especialmente elegante, la facha que tenía implícita en el ADN o don de gente, lo que fuera, lo hacía tremendamente atractivo con su sonrisa de actor cinematográfico, la que yo adoraba. 
 Tan amigos éramos en los momentos en que hablábamos de actualidad y política; coincidíamos ampliamente en que la política es necesaria, pero la ensucian los intereses partidistas convirtiéndola en la politiquería que impide el crecimiento, que no existe político que bogue por mejoras reales para sus representados, sino las concernientes al bolsillo de quienes sustentan sus campañas. Y al bolsillo propio, obvio. Nos contábamos chistes y dejábamos el mundo que estaba patas arriba de aconteceres funestos -crímenes, terrorismo, corrupción, hambre- con las patas en el suelo ya fuera con razones cuerdas o surrealismo. Éramos geniales. Hasta cuando mi postura era disidente, sobre todo en el tema Mujeres y aparecía su machismo, en ese minuto, estallaban misiles verbales y los terremotos resultaban mecidas de cuna. ¡Cómo era posible que su hija, no fuera sumisa como su madre, carajo! 
 Busco estrellas fugaces con la esperanza de agarrar su cola y aterrizar en la oquedad sinérgica de la vida y desde ese refugio, verlo aparecer en posición fetal dentro del túnel secreto como una llama purificadora. Necesito llenar mis sueños de esta noche con su voz y el ímpetu de su mirada, sin que su fuerza disipe el sopor que me envuelve como en papel celofán, cubriéndome y, de la misma forma, dejándome expuesta ante el dominio de su presencia, como ocurrió tantas veces en que lo odié intensamente. Quiero sus manos extendidas, generosas y amigables, lo que no fue, con respecto a mis cosas del alma. No entregó las respuestas que necesitaba ni despejó mis dudas. Estuvo siempre en lo práctico, botas y queso. 
 Lo quiero hoy, como cuando vino aquella vez por el túnel rejuvenecido y alegre trepando alturas con agilidad felina, virtud que jamás tuvo por temer a las alturas, para mostrarme un sol sobre el mar del que yo solo advertía su reflejo en la salinidad azul y brillante, impedida por un enorme árbol oscuro que me tapaba la visión. Vi en su rostro una paz que no le conocí en vida, una alegría refulgente como juegos de artificio. Sentí en ese momento en mi pensamiento no regulado por la normalidad, que me decía que existe un más allá suspendido que viaja por los tiempos como si fuera un tren descarrilado de donde pende mágicamente, el ombligo

Poeta, narradora. Nacimiento. (Chile)
Publicò :Sol de Mi Ocaso, Frente al espejo, Oleaje, Cuentos infantiles.

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