La
Mandinga
Cuando en 1958 llegué a Cosquín,
una vecina anciana, llamada Anita, me contó esta historia. Las márgenes del
río, ese lugar que después llamaron La Mandinga, estuvo habitado por nueve
indios que vivían de robos, asaltos y disturbios; los llamaban “Los Mandingas”.
Eran altos, oscuros, con cabelleras largas y negras, llevaban poca ropa, hecha
de cueros y ceñían sus pantalones con sogas y nudos rústicos. Nadie, sin
embargo, sabía que uno de ellos era una mujer. Ella vestía de la misma manera;
de ese modo pasaba desapercibida entre los hombres, sus compañeros, que la
trataban como si fuera uno más. También se ignoraba de dónde habían venido pero
todos les temían. Una noche, el cocinero de una posada que asaltaron los
persiguió a caballo y alcanzó a la india. Creyendo que era un hombre comenzó a
propinarle una soberana paliza y logró que la india gritara de dolor. Asombrado
el muchacho le arrancó el chaleco con la camisa y descubrió el engaño. Acurrucada en el piso,
la mujer lo miraba llena de espanto, pero sin llorar. El hombre en un arrebato
de vergüenza la cubrió con su abrigo. Luego, dejándola ir, la ayudó a montar el
caballo, que misteriosamente no se había espantado y esperaba manso allí, a su
lado. Desde entonces, cuando se escuchaba un tropel de caballos en las
proximidades del lugar, el cocinero decía. –“Allí están, ésos son los indios de
La Mandinga”. Ana contaba que, tiempo después, el cocinero Juan, que así se
llamaba el muchacho, trajo una mujer de piel oscura a su casa, con ella formó
su familia. Los indios se dispersaron y desaparecieron. Tal vez se afincaron en
otro lugar, pero nadie supo exactamente qué rumbo tomaron. Yo siempre me
pregunto…¿habrá podido acallar esa mujer con piel color de tierra los gritos
rebeldes de su corazón para vivir una vida entre puertas, cerrojos y paredes?
No lo sé… pero… eso sí, por las noches, durante mucho tiempo… se escucharon, y
aún hoy se escuchan, alrededor de lo que fue después el barrio de “La
Mandinga”, relinchos y el trotar de un caballo, que parece amansado por indios,
al que nadie nunca ha podido ver.
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