César Vallejo
Los anillos fatigados
Hay
ganas de volver, de amar, de no ausentarse,
y
hay ganas de morir, combatido por dos
aguas
encontradas que jamás han de istmarse.
Hay
ganas de un gran beso que amortaje a la VIDA,
que
acaba en el áfrica de una agonía ardiente,
suicida!
Hay
ganas de… no tener ganas, Señor;
a ti
yo te señalo con el dedo deicida:
hay
ganas de no haber tenido corazón.
La
primavera vuelve, vuelve y se irá. Y dios,
curvado
en el tiempo, se repite, y pasa, pasa
a
cuestas con la espina dorsal del Universo.
Cuando
las sienes tocan su lúgubre tambor
cuando
me duele el sueño grabado en un puñal,
¡hay
ganas de quedarse plantado en este verso!
Pero antes que se acabe...
Pero
antes que se acabe
toda
esta dicha, piérdela atajándola,
tómale
la medida, por si rebasa tu ademán; rebásala,
ve
si cabe tendida en tu extensión.
Bien
la sé por su llave,
aunque
no sepa, a veces, si esta dicha
anda
sola, apoyada en tu infortunio
o
tañida, por sólo darte gusto, en tus falanjas.
Bien
la sé única, sola,
de
una sabiduría solitaria.
En
tu oreja el cartílago está hermoso
y te
escribo por eso, te medito:
No
olvides en tu sueño de pensar que eres feliz,
que
la dicha es un hecho profundo, cuando acaba,
pero
al llegar, asume
un
caótico aroma de asta muerta.
Silbando
a tu muerte,
sombrero
a la pedrada,
blanco,
ladeas a ganar tu batalla de escaleras,
soldado
del tallo, filósofo del grano, mecánico del sueño.
(¿Me
percibes, animal?
¿me
dejo comparar como tamaño?
No
respondes y callado me miras
a
través de la edad de tu palabra).
Ladeando
así tu dicha, volverá
a
clamarla tu lengua, a despedirla,
dicha
tan desgraciada de durar.
Antes,
se acabará violentamente,
dentada,
pedemalina estampa,
y
entonces oirás cómo medito
y
entonces tocarás cómo tu sombra es ésta mía desvestida
y
entonces olerás cómo he sufrido.
Los heraldos negros
Hay
golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes
como del odio de Dios; como si ante ellos,
la
resaca de todo lo sufrido
se
empozara en el alma… Yo no sé!
Son
pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en
el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán
talvez los potros de bárbaros atilas;
o
los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son
las caídas hondas de los Cristos del alma,
de
alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos
golpes sangrientos son las crepitaciones
de
algún pan que en la puerta del horno se nos quema
Y el
hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando
por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve
los ojos locos, y todo lo vivido
se
empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay
golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Confianza en el anteojo, no en el ojo;
Confianza
en el anteojo, no en el ojo
en
la escalera, nunca en el peldaño;
en
el ala, no en el ave
y en
ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza
en la maldad, no en el malvado;
en
el vaso, mas nunca en el licor;
en
el cadáver, no en el hombre
y en
ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza
en muchos, pero ya no en uno;
en
el cauce, jamás en la corriente;
en
los calzones, no en las piernas
y en
ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza
en la ventana, no en la puerta;
en
la madre, mas no en los nueve meses;
en
el destino, no en el dado de oro,
y en
ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Un hombre pasa con un pan al hombro
Un
hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy
a escribir, después, sobre mi doble?
Otro
se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con
qué valor hablar del psicoanálisis?
Otro
ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar
luego de Sócrates al médico?
Un
cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy,
después, a leer a André Bretón?
Otro
tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá
aludir jamás al Yo profundo?
Otro
busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo
escribir, después del infinito?
Un
albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar,
luego, el tropo, la metáfora?
Un
comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar,
después, de cuarta dimensión?
Un
banquero falsea su balance
¿Con
qué cara llorar en el teatro?
Un
paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar,
después, a nadie de Picasso?
Alguien
va en un entierro sollozando
¿Cómo
luego ingresar a la Academia?
Alguien
limpia un fusil en su cocina
¿Con
qué valor hablar del más allá?
Alguien
pasa contando con sus dedos
¿Cómo
hablar del no-yó sin dar un grito?
Fue
un poeta y escritor peruano.
1892
(Santiago de Chuco). Perú - 1938 (París) Francia.
Publicò:
Trilce ; Los heraldos negros; Poemas
humanos; Antología poética; Vaya a venir el dìa; Me moriré en París,
entre otros libros
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