domingo, 19 de septiembre de 2021

César Vallejo

 


Los anillos fatigados
 
Hay ganas de volver, de amar, de no ausentarse,
y hay ganas de morir, combatido por dos
aguas encontradas que jamás han de istmarse.
 
Hay ganas de un gran beso que amortaje a la VIDA,
que acaba en el áfrica de una agonía ardiente,
suicida!
 
Hay ganas de… no tener ganas, Señor;
a ti yo te señalo con el dedo deicida:
hay ganas de no haber tenido corazón.
 
La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y dios,
curvado en el tiempo, se repite, y pasa, pasa
a cuestas con la espina dorsal del Universo.
 
Cuando las sienes tocan su lúgubre tambor
cuando me duele el sueño grabado en un puñal,
¡hay ganas de quedarse plantado en este verso!
 

Pero antes que se acabe...
 
Pero antes que se acabe
toda esta dicha, piérdela atajándola,
tómale la medida, por si rebasa tu ademán; rebásala,
ve si cabe tendida en tu extensión.
 
Bien la sé por su llave,
aunque no sepa, a veces, si esta dicha
anda sola, apoyada en tu infortunio
o tañida, por sólo darte gusto, en tus falanjas.
Bien la sé única, sola,
de una sabiduría solitaria.
 
En tu oreja el cartílago está hermoso
y te escribo por eso, te medito:
No olvides en tu sueño de pensar que eres feliz,
que la dicha es un hecho profundo, cuando acaba,
pero al llegar, asume
un caótico aroma de asta muerta.
 
Silbando a tu muerte,
sombrero a la pedrada,
blanco, ladeas a ganar tu batalla de escaleras,
soldado del tallo, filósofo del grano, mecánico del sueño.
(¿Me percibes, animal?
¿me dejo comparar como tamaño?
No respondes y callado me miras
a través de la edad de tu palabra).
 
Ladeando así tu dicha, volverá
a clamarla tu lengua, a despedirla,
dicha tan desgraciada de durar.
Antes, se acabará violentamente,
dentada, pedemalina estampa,
y entonces oirás cómo medito
y entonces tocarás cómo tu sombra es ésta mía desvestida
y entonces olerás cómo he sufrido.
 
 
Los heraldos negros
 
 Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!
 
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
 
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema
 
Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
 
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
 
Confianza en el anteojo, no en el ojo;
 
Confianza en el anteojo, no en el ojo
en la escalera, nunca en el peldaño;
en el ala, no en el ave
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
 
Confianza en la maldad, no en el malvado;
en el vaso, mas nunca en el licor;
en el cadáver, no en el hombre
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
 
Confianza en muchos, pero ya no en uno;
en el cauce, jamás en la corriente;
en los calzones, no en las piernas
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
 
Confianza en la ventana, no en la puerta;
en la madre, mas no en los nueve meses;
en el destino, no en el dado de oro,
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
 
 
Un hombre pasa con un pan al hombro
 
Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?
 
Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?
 
Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?
 
Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?
 
Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?
 
Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después del infinito?
 
Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?
 
Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?
 
Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?
 
Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?
 
Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?
 
Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?
 
Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?
 
Fue un poeta y escritor peruano.
1892 (Santiago de Chuco). Perú - 1938 (París) Francia.
Publicò: Trilce ; Los heraldos negros; Poemas humanos; Antología poética; Vaya a venir el dìa; Me moriré en París, entre otros libros


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