Desdibujo partes de mi cuerpo
en el soleado invierno
del mono espacio en el que vive
todo lo que alguna vez quise ser.
Se va esfumando en el cielo
el aterrador silencio
de los espacios que no tienen nada,
y esas nadas que no son espacio.
Algo no existe dentro de mí,
y las ventanas pestañeadas que llevo
bajo mis cejas,
reflejan los vacíos suicidas de las
palabras que alguna vez fui.
No soy nada,
y el todo me persigue constante
en los sueños que no recuerdo,
bajando por el sendero nocturno
de los labios del rey del hielo.
Se desdibuja mi sombra
en la espalda del desconocido,
y fumo esencia de primavera,
mientras una pequeña muerte
cotidiana baja las escaleras
hacia mi pecho.
En el camino de los árboles
me acompaña la maldición
de volar y ver
más allá del sol.
Como una lente con aumento,
vuelo por el mar del sentimiento
y veo las tristezas del mundo
de la manera más bella.
Televisores colgados en locales
que abandonan la vida terrestre,
para nadar en el aire
de las noticias polémicas,
narradas por un hombre de traje.
Yo,
velando en noches sin sueño,
tengo la maldición,
de ver más allá de la luna,
y las apariencias no me atrapan,
sino me anuncian frente a quien
no estoy, ni estaré.
A veces me dicen
¿ver a través de los ojos del ciego
acaso es una maldición?
Lo es, cariño,
porque la humanidad,
a quienes somos así,
a quienes tenemos el don de la
clarividencia social,
nos trata de locos,
y nos encierra para callar,
diciendo que a las sirenas
no se las debe oír cuando cantan,
porque hechizan y puede que
te convenzan que existe la libertad.
La costumbre de un gorrión
a volar
es como la inercia de mi cuerpo
a la caída en picada.
Sus alas se sumergen en el mar
del viento descarado,
y mis brazos se vuelan
con el roce de la libertad enjaulada.
A mi pelo le queda bien el cielo,
se enrula y se enreda en dedos ahogados,
buscando desesperado el grito
que se esconde debajo de los escombros.
La costumbre de las aves a volar,
es la inercia que lleva a mi cuerpo
a tirarse de cara contra el río
y correr por horas,
hasta que sangren mis pies,
en la noche oscura
de eclipses astrales.
El pacto que un pájaro
firmó con el aire,
es el que yo misma
rompí con mi llanto,
para escaparme de lo que
construí en esta jaula.
Poeta
Nació en Córdoba . Vive en Santa María De Punilla, Córdoba, Argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario