viernes, 18 de septiembre de 2020

Antonella Gatti

 


Desdibujo partes de mi cuerpo

en el soleado invierno

del mono espacio en el que vive

todo lo que alguna vez quise ser.

Se va esfumando en el cielo

el aterrador silencio

de los espacios que no tienen nada,

y esas nadas que no son espacio.

Algo no existe dentro de mí,

y las ventanas pestañeadas que llevo

bajo mis cejas,

reflejan los vacíos suicidas de las

palabras que alguna vez fui.

No soy nada,

y el todo me persigue constante

en los sueños que no recuerdo,

bajando por el sendero nocturno

de los labios del rey del hielo.

Se desdibuja mi sombra

en la espalda del desconocido,

y fumo esencia de primavera,

mientras una pequeña muerte

cotidiana baja las escaleras

hacia mi pecho.

 

En el camino de los árboles

me acompaña la maldición

de volar y ver

más allá del sol.

Como una lente con aumento,

vuelo por el mar del sentimiento

y veo las tristezas del mundo

de la manera más bella.

Televisores colgados en locales

que abandonan la vida terrestre,

para nadar en el aire

de las noticias polémicas,

narradas por un hombre de traje.

Yo,

velando en noches sin sueño,

tengo la maldición,

de ver más allá de la luna,

y las apariencias no me atrapan,

sino me anuncian frente a quien

no estoy, ni estaré.

A veces me dicen

¿ver a través de los ojos del ciego

acaso es una maldición?

Lo es, cariño,

porque la humanidad,

a quienes somos así,

a quienes tenemos el don de la

clarividencia social,

nos trata de locos,

y nos encierra para callar,

diciendo que a las sirenas

no se las debe oír cuando cantan,

porque hechizan y puede que

te convenzan que existe la libertad.

 

La costumbre de un gorrión

a volar

es como la inercia de mi cuerpo

a la caída en picada.

Sus alas se sumergen en el mar

del viento descarado,

y mis brazos se vuelan

con el roce de la libertad enjaulada.

A mi pelo le queda bien el cielo,

se enrula y se enreda en dedos ahogados,

buscando desesperado el grito

que se esconde debajo de los escombros.

La costumbre de las aves a volar,

es la inercia que lleva a mi cuerpo

a tirarse de cara contra el río

y correr por horas,

hasta que sangren mis pies,

en la noche oscura

de eclipses astrales.

El pacto que un pájaro

firmó con el aire,

es el que yo misma

rompí con mi llanto,

para escaparme de lo que

construí en esta jaula.

 

 Poeta

Nació en Córdoba . Vive en Santa María De Punilla, Córdoba, Argentina.

Edita la revista literaria “Marginales”

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