Nº 92 - Primavera 2020
viernes, 18 de septiembre de 2020
María Cristina Briante
Deuda interna
el bandoneonista
ejecuta música country
aplausos, una moneda,
todo pago
el vendedor grita agendas
sobre el regazo de los
pasajeros
la niña desparrama stikers
en los asientos
miradas esquivas,
todo pago
El Salado
leo el poema
me detengo
siento miedo a robar
palabras
tenemos fatalmente el mismo río
tajea el horizonte
desborda sal
dibuja nuevo cauce
tierra vuelta mansa
aguarda
ya nunca nada será igual
nunca
Bs As 2013
Poeta
Nació en General Belgrano, Pcia. de Buenos Aires. Reside en Vicente López. (Bs. As)
Jimena Cano
Inundación
A veces
un torrente de ira
rompe el dique
la fuerza
del agua
nos
desborda
Es el oleaje
destrucción
de nuestra aldea
morada única
refugio todo
de la nada...
Aparición
De madrugada
tocaste mi pierna
ese juego
de doblarme
los dedos
hasta la queja
Sentí el augurio
la protección
de un mantra
que venía del más allá
al más acá
de mi desvelo
Solo ese gesto
tuyo
Y la frase en mi
memoria
"nuestra sangre
charrúa
resiste..."
Resiste
Nació en Montevideo Uruguay y vive en Buenos Aires, Argentina desde 1980.
Publicò: Poemas de orillas y otredades
Leyendas Argentinas
La leyenda que cuenta cómo surge la flor que conocemos como
Mburukuja (Mbya Ayvu y Ava Ñe’ẽ), Pasionaria (Lengua Castellana), Maracujá (Lengua Portuguesa).
Mburukuja era una hermosa doncella española que había llegado a las tierras de los Guaraníes acompañando a su padre, un capitán del ejército de la Corona.
En realidad, su padre ya había decidido que ella desposara a un capitán a quién él creía digno de obtener la mano de su única hija.
Cuando le revelaron los planes de matrimonio, la joven suplicó que no la condenaran a consumirse junto a un hombre que ella no amaba, pero sus ruegos solamente lograron encender el enojo de su padre. La doncella lloró desconsolada, tratando de conmover el inflexible corazón de su padre, pero el viejo capitán no sólo confirmó su decisión sino que además le informó que debería permanecer confinada en la casa hasta que se celebrara boda.
Mburukuja debió contentarse con ver a su amado desde la ventana de su habitación, ya que no estaba autorizada a salir a los jardines por la noche y difícilmente lograba burlar la vigilancia paterna. Sin embargo, envió a una criada de su confianza para que lo informara sobre su triste futuro.
El joven guaraní no se resignó a perder a su amada, y todas las noches se acercaba a la casa intentando verla. Durante horas vigilaba el lugar, y sólo cuando se percataba de que los primeros rayos del sol podían delatar su posición se retiraba con su corazón triste, aunque no sin antes tocar una melancólica melodía en su flauta.
Mburukuja no podía verlo, pero esos sonidos llegaban hasta sus oídos y la llenaban de alegría, ya que confirmaban que el amor entre ambos seguía tan vivo como siempre. Sin embargo una mañana ya no fue arrullada por los agudos sones de la flauta. En vano esperó noche tras noche la vuelta de su amado. Imaginó que el joven guaraní podría estar herido en la selva, o que tal vez había sido víctima de alguna fiera, pero no se resignaba a creer que hubiese olvidado su amor por ella.
La dulce niña se sumió en la tristeza. Su piel, antes blanca y brillante como las primeras nieves, se volvió gris y opaca, y sus ojos ya no volviendo a brillar. Sus rojos labios, que antes solían sonreír, se cerraron en una triste mueca para que nadie pudiera enterarse de su pena de amor. Permaneció sentada frente a su ventana, soñando con ver aparecer algún día a su amante. Luego de varios días vio entre los matorrales cercanos la figura de una vieja india. Era la madre de su enamorado, quien acercándose a la ventana le contó que el joven había sido asesinado por el capitán, quien había descubierto el oculto romance de su hija.
Tomó una de las flechas de su amado, y luego de pedirle a la mujer que una vez que todo estuviera consumado cubriera sus tumbas y los dejara descansar eternamente juntos, la clavó en medio de su pecho. Mburukuja se desplomó junto al cuerpo de aquel que en vida había amado.
Daniel de Culla
Dedo en la llaga
Estoy escuchando a R.E.M-“Losing my Religion”
Y mi esposa me distrae y me dice:
-Unos tíos míos, “misioneros” en las Indias
Han llegado al pueblo cargaditos de oro y plata
Robados a los indígenas, como ellos mismos cuentan
Y Ja, Ja, Ja.
-En la rectoría de su colegio católico nacional
Venían las mujeres indígenas a suplicar
Que aprobáramos las asignaturas a sus hijas e hijos
Por un real, prometiéndonos, a veces, un regalo carnal.
Ellos se han vuelto a las Españas
Porque, según cuentan:
-Esos caminos de las Indias no se pueden transitar
Pues no hay más que violaciones, muertes, asesinatos
Y una pregunta sangrante en el ambiente:
-Esa joven, esa mujer, ese líder indígena
Vivo o muerto, ¿cómo está?
Los gobernantes por causa de sus ansias de robar y violar
Como la Otan, Usa, Rusia, o de matar
No hacen nada por reparar el mal, sino que le aumentan
Pues tan sólo les interesa, como al señor de la USA o de las Rusias
Si su concubina subyugada y sumisa sigue teniendo
Debajo de su lindo pecho ese lunar
Por culpa del cual cayó rendido sobre el suelo
Después de hacer con ella el acto sexual.
Los tíos de mi mujer se han casado
Con unas romeras del Camino de Santiago, en España.
Dicen que les pusieron el dedo en su carnal llaga
Y con agua bendita y con vino bendecido
Pudieron ellas su Amor resucitar, que estaba bien muerto
Y las hicieron su esposilla natural.
Aunque, un día, estas dos mujeres
Salidas de su cuarto de arreglar, le dijeron a mi esposa:
-Estos dos hombres, tus tíos, sí, tus dos tíos de las Indias
Son el mismísimo diablo o Satanás
Que nos han tratado de engañar
Pues no son más que dos maricones a mayores
Que han querido echar nuestro Amor en agua sal
Como si nuestro Amor fuera un pavo o una perdiz
Que haya que cocer para a los pobres dar.
Yo seguí escuchando y viendo el vídeo oficial de REM
Tirándome la inclinación de llevar mi dedo índice derecho
A su llaga pero, ella, con un escobazo, me espantó.
Y Ja, Ja, Ja.
Extractos de un viaje en COVID-19
Este debe haber sido un lugar
Donde se detuvo Covid-19 global
Un campamento, tal vez.
Toda la mañana, toda la noche
Escuchando thrssh thrssh
Sonidos de cestas temblorosas
Orejas a tierra bajo sueños
Nebulosas giratorias
Y nubes de lluvia
Sobre el valle de la sabiduría perfecta
Más una carretera
Sobre un terreno con semillas y manos.
Ancianas, chicas jóvenes
Bebés llorando y algunos hombres
Viviendo con aire puro
En la misma línea cabalgando hacia las montañas.
Sus sueños eran como una rueda
Subiendo la colina, bajando la escarpa
Y la pandemia ininteligible
Dentro del suelo.
Se levantaron.
Anhelo de ojos
Y un corazón en el centro
Como una llama sin humo
Destellando la luz con deseo
A través de un arbusto sobre el arroyo.
¿Esperando ver qué?
Todos nos reímos al principio también.
Entonces una buena noticia:
Cepillando nuestro cabello
Estábamos listos
Para comenzar por un nuevo lugar
Sin el Covid-19 global.
Poeta, escritor pintor y fotógrafo.
Vallelado, (Segovia), España. Vive entre Madrid y Burgos.
Antonella Gatti
Desdibujo partes de mi cuerpo
en el soleado invierno
del mono espacio en el que vive
todo lo que alguna vez quise ser.
Se va esfumando en el cielo
el aterrador silencio
de los espacios que no tienen nada,
y esas nadas que no son espacio.
Algo no existe dentro de mí,
y las ventanas pestañeadas que llevo
bajo mis cejas,
reflejan los vacíos suicidas de las
palabras que alguna vez fui.
No soy nada,
y el todo me persigue constante
en los sueños que no recuerdo,
bajando por el sendero nocturno
de los labios del rey del hielo.
Se desdibuja mi sombra
en la espalda del desconocido,
y fumo esencia de primavera,
mientras una pequeña muerte
cotidiana baja las escaleras
hacia mi pecho.
En el camino de los árboles
me acompaña la maldición
de volar y ver
más allá del sol.
Como una lente con aumento,
vuelo por el mar del sentimiento
y veo las tristezas del mundo
de la manera más bella.
Televisores colgados en locales
que abandonan la vida terrestre,
para nadar en el aire
de las noticias polémicas,
narradas por un hombre de traje.
Yo,
velando en noches sin sueño,
tengo la maldición,
de ver más allá de la luna,
y las apariencias no me atrapan,
sino me anuncian frente a quien
no estoy, ni estaré.
A veces me dicen
¿ver a través de los ojos del ciego
acaso es una maldición?
Lo es, cariño,
porque la humanidad,
a quienes somos así,
a quienes tenemos el don de la
clarividencia social,
nos trata de locos,
y nos encierra para callar,
diciendo que a las sirenas
no se las debe oír cuando cantan,
porque hechizan y puede que
te convenzan que existe la libertad.
La costumbre de un gorrión
a volar
es como la inercia de mi cuerpo
a la caída en picada.
Sus alas se sumergen en el mar
del viento descarado,
y mis brazos se vuelan
con el roce de la libertad enjaulada.
A mi pelo le queda bien el cielo,
se enrula y se enreda en dedos ahogados,
buscando desesperado el grito
que se esconde debajo de los escombros.
La costumbre de las aves a volar,
es la inercia que lleva a mi cuerpo
a tirarse de cara contra el río
y correr por horas,
hasta que sangren mis pies,
en la noche oscura
de eclipses astrales.
El pacto que un pájaro
firmó con el aire,
es el que yo misma
rompí con mi llanto,
para escaparme de lo que
construí en esta jaula.
Poeta
Nació en Córdoba . Vive en Santa María De Punilla, Córdoba, Argentina.