De Huinca por amor
Lo bautizaron Miguel Ángel, Miguelito para muchos, Paleta para otros, y fue el menor de muchos hijos de un matrimonio llegado del Piamonte, que huía de la Primera Guerra Mundial, a la calle Suipacha, a metros de la Comisaría.
A los ocho años comenzó a trabajar en el campo como boyero. Esto lo contaba con orgullo pero se le opacaba el verde de sus ojos cuando agregaba “por eso no pude hacer más que tercer grado”.
Creyó tocar el cielo con las manos cuando sus hermanos Mateo y Yepín le consiguieron empleo seguro y bien remunerado en el ferrocarril. Una vez que degustó el sabor de viajar, no paró de hacerlo. Es más, cuando con su papá fue a Arroyito a visitar unos primos, no imaginó encontrar allí el amor de su vida pero se dio. Luego de algunos viajes se casó y se fue en tren con su esposa a formar su hogar en Laboulaye pero Huinca estuvo siempre en su corazón e iba allí a menudo, con cualquier excusa.
A los noventa y un años este hombre tan simple como bueno dejó de respirar el olor de la tierra amada y emprendió su último viaje tras aromas celestiales.
Mucha gente, generalmente después de muerta, recibe homenajes por alguna acción destacada. A veces, ni siquiera es digna de la distinción pero eso es para discutir en otro momento.
Miguel fue reconocido, en vida, con una simple medalla, que se llevó entre sus manos gélidas, por ser un honesto trabajador, por ser defensor de los derechos de sus compañeros que lo eligieron presidente de la Unión Ferroviaria y eso fue tan importante para él como el cariño que le prodigaron sus afectos.
Hoy, a 100 años de su nacimiento, coincidente con el Centenario de la Municipalidad de Huinca, aquí en su inolvidable cuna natal, alguien quiere, necesita fortalecer la memoria colectiva por un hombre común que nunca perdió su alma de niño. A tal punto que a los ochenta hacía travesuras y jugaba a la payana con sus nietos.
Hoy, ese alguien está aquí para expresar que Miguel Pirra, uno de tantos huinquenses de ley, es su padre, su justo y cariñoso papá.
Don Miguel Pirra era oriundo de mi pueblo; no tuve el gusto de conocerlo, pero si a sus tíos y primos. Vivian a media cuadra de la Comisaría y de un a de la plazas céntricas: San Martín, ubicadas en calle Suipacha; es decir, éramos casi como vecinos.
Hoy Teresita, quiso expresar en esta su sentimiento y recuerdo, a través de este homenaje que hizo llegar a Mapuche.
Poeta y escritora
Publicò: “Ladero del fuego” (ficción, cuentos y relatos), El legado de Caín
Alta Gracia-Laboulaye (Còrdoba-). Argentina.
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